Inés se levantó
de la cama sabiendo con exactitud que debía hacer. Los detalles que quedaban
por organizar eran insignificantes y los iría ultimando a medida que los
eventos se fueran desarrollando. Pero la base del plan, el nudo crítico de lo
que debía llevarse adelante y cómo, estaba diagramado en su cerebro. Las
órdenes se encontraban depositadas en un lugar profundo entre las miles de
neuronas que conformaban su psique. Y así, como se organiza un archivo en una
computadora, esas directivas estaban bien guardadas en su disco rígido mental.
La información acerca de las acciones a seguir, era bastante detallada y había sido cargada en su inconsciente durante la noche. Sólo una noche fue necesaria para recibir tanto detalle. Solo una noche que ella pasó en ese departamento amenamente amueblado. Miró la luz y le pareció extrañamente intensa y hasta le provocó cierto dolor en los ojos. Pero no hizo caso, no estaba entre sus directivas cuestionar la iluminación del lugar. Luego de salir de la cama, caminó descalza sobre la alfombra y lo disfrutó. Y aunque esta acción, no formaba parte del plan, ella se lo permitió igual so pena de que el plan se viniera abajo en su totalidad. Aún así se arriesgó. Nunca lo había hecho antes y siempre lo había anhelado. Ese deseo estaba muy bien guardado en un lugar profundo en su corazón. ¿Alguna frustración en su infancia? Tal vez. Sin embargo, ¿Quién era ella para analizar su pasado?
Luego de ese
momento de autosatisfacción, se dio un baño porque eso era parte de lo que debía
hacerse. Las directivas involucraban un baño largo y reparador, e inmediatamente
después de salir de la ducha debía mirarse al espejo, y así lo hizo. Luego, tomó
una tijera, bastante grande por cierto y cortó su larga cabellera. Su pelo,
lacio y hermoso, era de un negro azabache, profundo, oscuro como su mente. Y sin
embargo, a pesar de la belleza y la suavidad de ese hermoso cabello y de los
años, décadas que llevaba con ella, allí, en su mente, estaba la orden de que
debía ser cortado. Y lo hizo, al ras del mentón. Lo emparejó para que no
quedara desprolijo, recogió el pelo caído en el suelo, lo tiró y fue
a vestirse. Eligió un vestido del bolso que llevaba consigo. Tomó uno rojo,
bastante ajustado, que remarcaba su estructura ósea de una forma un tanto
exagerada. Notó entonces, que debía comer algo y aunque no formaba parte de la
información recibida, se dio cuenta de que estaba hambrienta, casi famélica.
Meditó seriamente
si era o no apropiado comer, aún sin la autorización previa, pero no recordaba
con exactitud cuando había sido la última vez que había ingerido algo y al
juzgar por su estado físico, habían pasado varios días. Sin embargo, no estaba
muy segura de porqué ni que había hecho durante el tiempo durante el cual no se
había alimentado.
No le importó
esta cuestión y se dirigió a la cocina, previo colocarse unos enormes tacones
negros. El resultado, a pesar de la delgadez extrema, era impactante y ella lo
sabía, porque así debía ser.
Comió algo
mientras esperaba llevar adelante el resto de sus objetivos: preparar un
desayuno para alguien más. Puso el agua para el café. Miró el reloj y notó que
aún tenía un poco más de tiempo, por lo que escribió una nota y la dejó a mano
para después. Agarró la bandeja de desayuno, colocó una taza, mermelada, una
servilleta y pan.
Mientras
realizaba esto, sintió el ruido de la puerta y supo que él había llegado a
casa. Entonces, se regocijó de cómo todo estaba marchando según el plan. Lo
extrañaba porque no recordaba cuando había sido la última vez que lo había
visto y además, lo que sentía por él era intenso, casi de otro mundo. Era su
hombre y le estaba preparando el desayuno.
-¡Ya voy, cariño!-
le dijo entusiastamente aunque no escuchó respuesta alguna.
Preparó el café,
se dirigió a la alacena, tomó el veneno para ratas y le colocó unas cuantas
cucharadas. Lo disolvió bien y le llevó el desayuno a su hombre. Se escuchó un
leve forcejeo durante el momento en que ella lo ató a una silla y lo forzó a
beber la taza de café, pero nada que los vecinos pudieran notar.
El muchacho la
miraba con asombro y terror en los ojos, pero ella iba realizando todo según
dictaba el plan.
Unos minutos
después de esto y luego de haberlo dejado atado y amordazado para que no
hiciera demasiado ruido, volvió a la cocina con la taza vacía. Sus órdenes
mentales le indicaron que debía limpiar todo y esperar. Y así lo hizo. Fue al
living y encendió el televisor. Busco en varios canales y encontró una película
romántica. Tenía tiempo de verla entera y la comenzó a mirar. Mientras el programa
hacía una pausa para los comerciales, ella intentó recordar que había sucedido
los días anteriores. Sólo tenía flashes en su memoria fragmentada. Y realmente
le preocupaba cual era el motivo por el que no había comido. Estaba demasiado
delgada y no quería enfermarse. Dentro de esos flashes recordó a su hombre, ese
que había elegido para compartir los días de su vida. Sólo hacía unos meses que
se habían conocido pero él la había hechizado con su dulzura y amabilidad. Era
tan atento con ella que no pudo más que apasionarse por él. Sin embargo,
últimamente estaba muy distanciado.
De repente, como
si un rayo le partiera el cráneo recordó porque no había comido esos días. Una
mañana no muy distinta a la que estaba viviendo en ese momento, se había levantado
y también en ese instante supo lo que tenía que hacer. También durante el sueño
recibió las instrucciones de cómo cumplir con el objetivo. Entre las
indicaciones descargadas en su cabeza se encontraba la de esperar afuera del departamento
al hombre del que ella estaba locamente enamorada, y cuando éste se marchara,
ella debía seguirlo. Lo siguió y lo siguió sin que él lo notara y allí lo vio
con una bella mujer. Era hermosa, alta, interesante, atractiva. Y así supo,
supo que esa era la mujer por la que el amor de su vida ya no le prestaba la
atención que debía prestarle.
Inés siguió a esa
mujer una vez que dejó de hablar con el hombre. Fue detrás de ella hasta que ingresó
a un departamento. Ya era oscuro y entrada la noche. La mujer no se había
percatado de que Inés la había seguido hasta ese lugar, por lo que fue tomada
por sorpresa ni bien abrió la puerta de su hogar. En el momento en que vio esa
figura femenina y esquelética acercarse, ya era demasiado tarde, porque estaba
encima de ella. La empujó hacia dentro del living y en ese instante, sin darle
tiempo a que reaccionara y sin mediar palabra alguna, le clavó un cuchillo de
cazador certeramente en el corazón. La mujer cayó al suelo y aunque luchó por
su vida, ésta la abandonó como si nada la atase al cuerpo.
Inés la miró
mientras la vida se le extinguía. Miró como el espíritu y la vitalidad de esa
mujer se escapaban y la dejaban, como si éste esa figura humana se estuviera
vaciando. El color perfecto de su piel se extinguió dándole paso a un tono blanco
grisáceo. Lo mismo ocurrió con sus labios, que habían sido de un rojo carmín
intenso. Esos labios que seguramente besaron a cuanto hombre se le cruzó por el
camino, a su hombre, eran ya de un color violáceo. La sangre, roja y rutilante,
se había esparcido por el piso de cerámico y formaba un contraste exótico con
el blanco pálido de la ahora mujer muerta. Era impactante. Pero ella sabía que
tenía que continuar con el plan dictado en su cabeza. Debía limpiar todo.
Arrastró a la mujer al baño, tomó una bolsa de consorcio que llevaba en su
bolso y la guardó allí en pequeños pedazos. Luego, cerró la bolsa, limpió todo
el lugar y la depositó en el freezer. Todo eso le habían ordenado hacer, todo
eso estaba depositado en su cabeza y a pesar de que le llevó tiempo y energía
hacerlo, nada de lo hecho fue cuestionado por Inés. Terminó de limpiar el resto
del departamento y se fue a su casa a descansar.
Miró nuevamente
el reloj. La película que estaba mirando ya finalizaba, sólo le quedaban unos
minutos más por delante. Había elegido una comedia romántica que la emocionó
hasta las lágrimas. Una vez que finalizó, se levantó y fue a la cocina. Allí
estaba él, su hombre, retorciéndose del dolor en plena agonía. Ella se
conmovió, tal vez por la película que había visto unos minutos antes. Agarró
una cuchilla y terminó con su vida terrenal. Se agachó y le sacó la venda de la
boca ya que él parecía querer decirle algo.
-¿Qué mal te
hice?
-Me engañaste con
esa otra…cariño
-Pero…si apenas
te conozco…
Y murió. Inés
sonrió a medias y se preguntó porque él no admitió que la engañaba con otra.
“Debe haber sido el veneno que no le dejó pensar con claridad”, se dijo, “¡cómo
si fuera cierto que no me conoce!”. Lo terminó de desatar y lo acomodó en el
suelo cuidadosamente, con el cuchillo en la mano, para no alterar nada de la
escena, ya que así debía de hacerse. Arregló todo el lugar, dejó la nota que había escrito antes y se fue a su casa. Cuando cruzó la puerta se estremeció, cierta
sensación de tristeza se le vino al corazón y hasta una lágrima quiso asomar.
Realmente la película había llegado a su corazón.
Autor: Miscelaneas de la oscuridad.